La revolución poética
Cuatro figuras señeras El francés Baudelaire (Las flores del mal, 1856 y 1861) y Walt Whitman (Hojas de hierba, 1855-1892), fueron, en Occidente, los iniciadores y los teóricos de esta ambiciosa y exigente concepción de la poesía. Los sucesivos enriquecimientos que Whitman añadió a su único poemario hasta 1892 no eran más que los productos de su lucha contra la duda y la desesperanza. La resonancia de la empresa baudelariana fue todavía más considerable. Por la agudeza de su reflexión sobre lo bello, por lo que su obra supuso de coronación de la imaginación creadora como «reina de las facultades» y por su teoría de «la universal analogía», Baudelaire se convirtió en el «arquetipo de poeta» (T. S. Eliot). Otros dos franceses llegarían a convertirse, en su monento, en jefes de fila de la poesía mundial: Rimbaud, meteoro que compuso toda su obra entre 1869 y 1875, vinculó la práctica poética con un estado de «videncia» obtenido mediante una dura ascesis (privación y vigilia). Publicadas en 1886, sus Iluminaciones se convirtieron en uno de los faros del arte moderno. Mallarmé (1842-1898), por su parte, asigna al poeta la singular tarea de remediar la incoherencia del mundo mediante la creación de obras ideales, en las que debe quedar desvelada la esencia de las cosas.
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